Castellano
Mojo el pincel y lo aproximo a la tela, dividido entre la seguridad de las reglas aprendidas en el manual y la vacilación que voy a elegir para ser. Leí esta frase del Manual de Pintura y Caligrafía de José Saramago y me dije: “Claro está, existen dos oficios, el aprendido y el que uno va haciendo a través de un recorrido, de tal manera que ambos términos se hacen uno solo y a éste se lo conoce cuando ya está finalizado. El que se queda solamente con el oficio aprendido nunca lo dominará, porque, justamente, éste lo domina a él. El que va sabiendo su oficio a lo largo de su vida –o sea, el que lo está inventando cotidianamente– tampoco lo dominará, pero, al menos, será dueño de su propio interrogante”.
Es así que creo que todo artista –o sea, aquel que se inventa a sí mismo a través del lenguaje artístico que escoge–, al inicio de su transcurrir profesional, es alguien que muy vagamente sabe a dónde se dirige pero elige un tren que cree que lo llevará a un destino que solamente conocerá al finalizar… su vida. Mejor dicho, sabrán de él los contempladores, lectores u oyentes de sus obras.
En lo personal, creo que –sin mucho oficio aprendido–, ignorando a dónde me conduciría el tren elegido, me dije a mí mismo que era hacia el caos. De tal manera que fui sabiendo en ese viaje qué era lo que iba entendiendo por tal: todo aquello que me superaba, o sea, la vida misma.
La sensación de que frente a mis ojos sorprendidos sólo se presentaba un mundo convulsionado me llevó a subirme al tren que tenía como destino el entender ese incierto que se denomina caos.
Así como la marcha de un tren está pautada por las distintas estaciones que van marcando las diferentes etapas del viaje, creo ya haber cumplido diez períodos en mi evolución pictórica.