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Texto vinculado a la exposición Luis Felipe Noé. Pinturas 1986-1987, 1987
Nuevamente, como en 1985, y en la misma galería de entonces, la de Ruth Benzacar, Luis Felipe Noé nos apasiona por la autenticidad entrañable que comunican sus pinturas. Las actuales aparecen más alejadas de un juego que en las anteriores se presentía alentado por los fuegos artificiales de la transvanguardia. Son telas en las cuales –como otras veces– Noé se plantea el objeto del soporte, orientándolo en algunos casos hacia la tercera dimensión. De esta tendencia es notable el cuadro de la “mesa familiar” que se ve casi a la entrada de la galería, en la cual la superposición textil y de bastidores redondea el clima de una obra de inolvidable dramatismo. En los paisajes, Noé deja traslucir un lirismo circunspecto y un relato concretado con dominio maestro del dibujo, en pinturas donde las transparencias de los elementos de la naturaleza embozan, y a un tiempo ponen en valor –y en situación actuante– a las figuras humanas. [...] Otra muestra simultánea a la que comentamos le ha sido dedicada a este pintor en el Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, en la sala del Museo Sívori. Allí se pueden apreciar treinta años de una labor que, interrogándose, nos interpela. De las dudas de Noé, hasta de sus etapas no productivas, surgió el gran artista de hoy.