Castellano
Texto vinculado a la exposición Noé. Visiones/Revisiones, 2012
[…] Puede decirse que la decisión curatorial bajo la cual se despliega esta muestra antológica de Luis Felipe Noé está precisamente empeñada en desmentir la presunta elocuencia de la lectura histórica, su prolijidad conclusiva, y es menos una ocurrencia de los responsables que la inexorable consecuencia de la actitud del artista, que se lleva por delante a fuerza de prepotencia de trabajo y lucidez mental todo intento de someterlo a las tranquilizantes normativas, al canto de sirenas del dogma epocal. En ese sentido, la decisión de mostrar selectivamente piezas de su producción de la última década prologadas por la presencia de relevantes cuadros anteriores, tiene que ver no con el tiempo sino con el establecimiento de un espacio. No se trata de proponer los ordenados segmentos de la periodicidad temporal como una manera de revelar la presunta progresión de una obra, sino de delimitar un territorio, una geografía de mutaciones, rupturas, idas y vueltas, flujos y reflujos, resonancias y disonancias. La topología del País Noé es, como en las ruinas circulares de Borges, al mismo tiempo el mundo y el mapa del mundo; cada cuadro es el accidente geográfico –rico en estratos geológicos, en cimas y abismos, en remansos y catástrofes– de una tierra apenas explorada, y simultáneamente su cartografía y su representación. Apoyado en las leyes de una pintura reinventada por él, un Noé extraviado y lúcido a la vez se abre paso a través de la compleja madeja pictórica que él mismo ha urdido, construyendo una maquinaria donde la suma de las partes nunca dará por resultado la totalidad, por la sencilla razón de que en Noé el Todo es una metáfora, o bien una figura retórica, nunca el gran final sinfónico de un cuadro, de una serie, y menos de una trayectoria. Con reluctancia programática, Noé se niega tanto a cerrar etapas como a concluir cuadros, no porque los suyos parezcan inconclusos sino porque siempre se los percibe abiertos, experimentales, incógnitos, agónicos, desquiciados, excéntricos a toda nomenclatura. El puro presente fenoménico, el principio activo que mueve al demiurgo Noé posterga la pretensión hegemónica de la cronología. Revisando la palpable noción de atemporalidad a la que el propio Noé nos induce para atravesar los sectores de la muestra, la inclusión de esas mencionadas piezas ejemplares, hitos absolutos en su cosmovisión, discontinúa estratégicamente cualquier recorrido todavía proclive a apoyarse en las fechas y revela cómo la práctica y la experiencia pictóricas de Noé han estado siempre fanáticamente inscriptas en una filosófica circularidad. La obra de Noé es como la esfera de Pascal, ¨cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna¨. En ese sentido, el descoyunte del puzzle cosmológico de Nos estamos entendiendo (2009) remite al festivo desbarajuste donde lienzo, cuadro, marco, bastidor y figura se salen de sus goznes formalistas para plantarse como feroz amasijo metafórico en la ironía de El ser nacional, la célebre instalación de 1965, ahora vuelta a armar. Así como la candente aurora boreal psicodélica donde sobrenadan aluvionales restos de maniquíes y alguna cabeza impávida de Esto no tiene nombre III (1976) se proyecta fuera de la inevitable conexión alegórica con un presente siniestro, para resonar treinta años más tarde transfigurada en los entresijos de los bordados de línea y color preciosista que rodean la incrustación del muñequito neoclásico en De qué se trata (2006). […] Las lecturas cruzadas son múltiples y surgen natural, inequívocamente, confirmadas por el espíritu progresivo y a la vez especular de una obra que constantemente atraviesa el mismo espejo donde se refleja. No es casual, por ende, que de algún modo presida conceptualmente la exposición ese retrato de cuerpo entero donde el pintor ha perdido la cabeza en un eje de simetría horizontal, 8 convertido en una suerte de fenómeno de circo, un elegante monstruo vestido de traje y con cuatro piernas, como si Noé quisiera advertirnos que quien quiera encontrar un único cuerpo congruente y coherente, tanto del pintor como de su obra, sólo podrá conformarse con la visión de una anomalía física, que es en rigor una versión en clave del signo que alude a la transfiguración permanente: un Noé bifronte se ha convertido en ouroboros, la serpiente alquímica que se muerde perennemente la cola, y que encierra las ideas de movimiento, continuidad, autofecundación, y de la continuidad eterna de la vida.