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Texto vinculado a la exposición Luis Felipe Noé RED, 2009
[…] Cuando al comienzo de este texto se hablaba del tiempo vertiginoso e intenso con que contamos, esto es sobre todo porque doblamos la apuesta. Buscamos que el poco tiempo disponible formara parte intrínseca de la obra. Así, aquello que para cualquier otro constituiría un problema, aquí forma parte activa de la obra, conforma en parte su sentido. El accidente, el azar, el caos, son componentes esenciales de la obra de Noé: ahora y desde hace cincuenta años, son la especialidad de la casa. Cuando muchos otros envíos tal vez ya estaban pensados –quizá doce, quince o veinte meses antes, sin tomar en cuenta más que el sentido estratégico de la muestra, exhibiendo obra anterior o reciente de tal o cual artista–, con Noé avanzamos hacia lo desconocido, hacia una obra futura, hacia el más completo riesgo, que es aquel que no tiene retorno. Porque el mayor compromiso fue hacer que el resultado respondiera a las condiciones generadas por y para la Bienal, experimentar con los tamaños, las escalas, el despliegue, las técnicas. Se trata de la realización más grande de su vida: dos trabajos inmensos, uno continuo, La estática velocidad (de once metros de largo por tres de alto) y otro fragmentario, Nos estamos entendiendo (de medidas variables aunque similares al anterior). El tamaño también tiene que ver con las características propias del espacio, porque son trabajos pensados específicamente para las dos grandes paredes de la sala, a la medida del espacio expositivo, que se apropian de ese espacio y que por cuestiones de presencia y tamaño interpelarán directa y fuertemente al espectador. De un modo paradójico, puede decirse que esta obra de Noé es una miniatura gigantesca. En el caso de La estática velocidad, porque el artista trabaja en detalle sobre grandes o pequeñas superficies de papeles recortados y arrancados de un enorme rollo, que posteriormente aplica uno a uno sobre el lienzo gigantesco. Es un rompecabezas trabajado hasta el detalle, en todos sus fragmentos, con todas las técnicas que el maestro domina (siempre artesanales, manuales… esto es: siempre dactilares, nunca digitales), en el que se lanza a conquistar lo desconocido. La estática velocidad es un universo en expansión, un estallido cuyas esquirlas parecen incrustarse en la pared de enfrente para conformar la otra obra: Nos estamos entendiendo. Fragmentos, al mismo tiempo autónomos y simultáneos, que niegan la afirmación del título, que la cuestionan. […] Tanto las enormes dimensiones de La estática velocidad como las piezas fragmentarias de marcos irregulares que componen Nos estamos entendiendo suponen un mundo, la imagen del mundo que ofrece Noé, artista del presente y del futuro. En su poética hay una estética proliferante, múltiples focos de atención y tensiones casi infinitas entre las que se destaca la relación cerca/lejos. Pura sobredosis. El centro “geográfico” del mundo de Noé es el ojo, el órgano adecuado para comenzar a recibir el impacto de la obra a través de una multitud de tensiones que la atraviesan. Es el ojo que se ve en el medio de La estática velocidad. […] Estos trabajos no tienen existencia previa, proyecto ni bocetos. En su realización misma toman forma. Se trata de un verdadero work in progress, una obra que se piensa mientras se realiza. Un pensamiento vivo, en acción y en estado de desarrollo permanente. Una pura inestabilidad sin reaseguros. […]
Lo que más me interesa de él no son sus muchos aciertos a lo largo del último medio siglo, sino especialmente sus vacilaciones; allí es donde para mí aparece el mejor Noé: en ese temblor, esa inquietante inestabilidad, ese modo tan aparentemente distraído y expectante, pero en el fondo sumamente atento, de escuchar, mirar, percibir el mundo y tomar al vuelo las ideas, para transformarlas y hacerlas propias. En esas vacilaciones se mueve con total soltura y mayor creatividad, donde hay un factor de búsqueda y desarrollo permanente. Allí surgen abismos a los que se lanza y gracias a los cuales resulta más revelador y artísticamente más pleno. Noé siempre se aventura y ahora, para este envío, se lanzó al riesgo más completo. Cuando se trata de hacer y pensar, nunca dice que no. Es más fuerte que él. Siempre avanza. Por supuesto que Noé tiene un pasado: un pasado insoslayable, que ya forma parte fundamental de la historia del arte argentino y latinoamericano, y si bien su primera exposición se llevó a cabo hace exactamente cincuenta años, la mayor consistencia (y consideración histórica) de su obra comenzó casi inmediatamente, a comienzos de los años sesenta, y sigue hasta la actualidad. Muchos podrían detenerse allí, de hecho es lo habitual. Pero Noé no se detuvo en su pasado. Lo primero que pensé al seleccionar a Noé es que la exposición veneciana no fuera un homenaje: sería aburrido e injusto, porque afortunadamente Noé también tiene un presente muy valioso y activo. Y en este caso, para la Bienal veneciana, le propuse participar, no con su obra pasada, ni siquiera con su producción reciente y presente, sino con una obra futura, en la que debería ponerse a trabajar luego de visitar el muy apropiado espacio expositivo, cosa que sucedió en febrero último. […]