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Texto vinculado a la exposición Luis Felipe Noé. RED, 2009
El 16 de diciembre de 2008 en el Palacio San Martín del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, la Dirección General de Asuntos Culturales anunció en un acto público especialmente convocado que yo sería el representante argentino a la 53ª Bienal de Venecia. Algunas semanas antes me lo habían adelantado la directora de ese departamento de la Cancillería, la embajadora Gloria Bender, acompañada por el ministro Sergio Baur, Fabián Lebenglik y Jorge Cordonet, quienes fueron respectivamente comisario, curador y productor del envío a esa Bienal a inaugurarse en el mes de junio de 2009. No debo negar que me emocionó muchísimo y debo confesar que algunas lágrimas corrieron por mis mejillas. Tal vez era lo que más deseaba, ya que nunca había sido invitado solo y con mi obra actual a una bienal internacional. Había sido invitado en tanto ex miembro del grupo neofigurativo, con obra histórica, a las bienales de San Pablo (1985) y Mercosur (Porto Alegre, Brasil, 1997), o bien integrando conjuntos con una o dos obras actuales (Bienal de La Habana, 1984; Bienal de Cuenca, Ecuador, 1994 y Bienal del Fin del Mundo, Ushuaia, 2007)
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Como señalé en ese acto de presentación, lo que más me gratificaba era haber sido elegido con mi obra actual y no como “viuda” de un pintor que había existido en la década del sesenta. Más aún, cuando Lebenglik me explicó qué es lo que deseaba que enviara, me di cuenta de que iría con obra futura, o sea especialmente hecha para la ocasión y de gran envergadura. Esto me alentó, pero me hizo temer por la exigüidad del tiempo. La planificación consistía en un principio en calcular las medidas de las obras que se enviarían. Para ello Lebenglik y yo, y con el asesoramiento del arquitecto Luis Pereyra (de quien ya hablé como dibujante, y quien fuera uno de mis primeros alumnos) , llegamos a la conclusión de que tenía que hacer dos grandes obras para dos paredes del Spazio Eventi en el tercer piso de la librería Mondadori de Venecia, donde se expondría el envío argentino. Para mayor seguridad en relación con el proyecto, Gloria Bender, Sergio Baur, Fabián Lebenglik, Nora y yo viajamos en febrero por pocos días a Venecia, pero en aquel momento ya tenía decidido que haría una obra de tres metros por once para una pared y otra de quince metros compuesta por quince formas irregulares para la de enfrente.
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Lo cierto es que a fines de febrero me puse a trabajar con el siguiente criterio: como no hago bocetos, era fundamental un método de trabajo. Me decidí por el marouflage (papel pegado sobre tela) con un procedimiento de acumulación de trozos sucesivos (como un patchwork), así la obra iría creciendo. Pero, ¿dónde? Podía realizar algunas partes en el taller de mi casa, pero definitivamente allí no era posible armar la obra en su totalidad. Es así que, por gentil intervención del pintor Daniel Corvino, gran amigo, conseguí que en el Central Park (un gigantesco edificio de Barracas que con anterioridad había sido una gran imprenta y en el que ahora hay numerosas empresas) uno de sus directores, Gustavo Fernández, me cediera un espacio de veinte metros por dieciséis sin columnas y magníficamente iluminado con luz natural para poder realizar ambas obras. Para su armado (tanto sea para los bastidores como para el marouflage), conté con la colaboración fundamental de Fabián Lopardo y su equipo (María Marta Rodríguez Bosch, su compañera y sus colaboradoras Vanesa Itatí Moralez y Mariana D’Albo, además de su hijo Lucas), todos ellos también artistas. La gran eficacia de su trabajo –en lo que respecta a colocar el papel sobre la tela–, alcanzó nuevos niveles, sorprendentes para mí, en la confección de los bastidores irregulares. Me ayudaron en el trabajo de pintar mis grandes colaboradoras, Cecilia Ivanchevich y Elena Nieves. Luego de dos meses y medio de trabajo concluí las obras La estática velocidad y Nos estamos entendiendo. Ambas integraron un conjunto que llevaba el nombre de Red. Con respecto a las obras en sí mismas, creo que tienen dos aspectos, según las veamos de lejos o de cerca, el primero abstracto y el segundo pleno de figuras. Por otra parte, creo haber logrado en ellas un equilibrio entre lo estrictamente pictórico y lo lineal, sea éste descriptivo o puramente abstracto, con líneas blancas y negras o con vibraciones de color. Sobre la descripción de las obras prefiero cederle lugar a los textos de Luis Pereyra y Fabián Lebenglik, ambos consustanciados con la gestación de las mismas.
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En Venecia nos reunimos todos el 26 de mayo, el día de mi cumpleaños, para comenzar al día siguiente la tarea de instalación de la obra, que finalizó una semana después. El proceso de su armado, tanto en Buenos Aires como en Venecia, fue magníficamente documentado por Juan Chiesa y Fermín Labaquí para el Canal A, y fue fotografiado por Danielle Voirin. Esta última, una joven norteamericana residente en París, amiga de mi hija Paula, había llegado a Buenos Aires con fines turísticos, pero como le interesa documentar procesos fotográficamente se sumó entusiasta a nuestro proyecto ajustando sus viajes a la marcha del mismo y decidiendo completarlo en Venecia. A este equipo de trabajo se agregó la parte veneciana, que obviamente era fundamental: Amparo Ferrari y su compañero Sebastián Zabronski, artistas argentinos residentes allí. Amparo fue quien propuso el lugar de la exposición y durante la misma asumió su cuidado. Como la Argentina no contaba aún con un pabellón en la Bienal de Venecia (cuyas sedes centrales son los jardines y el Arsenal), en cada oportunidad las autoridades de Relaciones Culturales de nuestro país debían buscar un sitio para su representación dentro de esa ciudad. Esto cambió en la bienal siguiente cuando la Argentina accedió a un lugar propio en el Arsenal. En esa ocasión fue, como ya dije, el tercer piso de la librería Mondadori (denominado Spazio Eventi), que se halla a ciento cincuenta metros de la Piazza San Marcos, en la calle que todo turista debe tomar si quiere dirigirse a la Academia, por lo tanto de obligado tránsito. A una velocidad paralela a la de la ejecución de la obra, se preparó un catálogo (libro trilingüe español-italiano-inglés), utilizando fotografías de Danielle que daban cuenta del proceso de las obras. Fue diseñado por Mario Gemín con la colaboración de Mariano Morales. Tres textos lo inician (de Gloria Bender, Sergio Baur y Fabián Lebenglik) y se completa con fotografías de obras anteriores, un itinerario de mi obra realizado por Lebenglik y fragmentos de un texto mío extraído de No escritos, titulado “Cuadro de situación ” .
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El tiempo que estuve en Venecia lo recordaré como una encantadora burbuja en la que viví durante dieciocho días, rodeado de más de una veintena de amigos que vinieron de distintas partes. Regresé a Venecia luego de un breve paso por París que coincidió con una exposición de mi hija Paula en uno de los edificios de la UNESCO. Simultáneamente a su muestra se proyectó en la misma sala un diaporama construido en base al registro fotográfico de mis obras enviadas a Venecia, hecho por Danielle Voirin.