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Texto vinculado a la exposición Luis Felipe Noé, 2010
Hablar del año 2010 me es difícil, porque no sé si debo hacerlo desde la alegría o desde los problemas que me produjeron la organización simultánea de varias exposiciones, entre ellas de dos retrospectivas: una sobre la Nueva Figuración en el Museo Nacional de Bellas Artes, en ocasión del Bicentenario de nuestro país y del cincuentenario de nuestro grupo, y otra individual en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro. Consignando las dificultades, lo haré desde la satisfacción de que ocurriesen, porque en toda navegación están previstas las tormentas.
A la primera muestra me referí en el capítulo dedicado a la Otra Figuración más allá del tiempo. Es allí que aludo a la yuxtaposición de ambas exposiciones, lo que significó que seis de las obras de los años sesenta pertenecientes a coleccionistas no pudieron viajar a Río: Imagen agónica de Dorrego (1961), Tango y Nada es demasiado (1962), Autorretrato (1963), Un día de estos (1963) y Paquete Mantegna (1965). Pero sí lo hicieron dos de aquella época, de mi propiedad, luego de una negociación que permitió que estuvieran exhibidas en la exposición del MNBA durante sólo tres semanas. Ellas eran Vernisagge y la instalación de El ser nacional, ambas de 1965. Tampoco pudieron estar presentes en Brasil cuatro cuadros de esa misma década solicitados por museos de Estados Unidos para su posible adquisición. Además, una exposición de coleccionismo en el museo de Houston compitió para ocasionarme más problemas.
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Todo ello me colocó en un estado de gran nerviosismo. Por suerte Franklin Pedroso –curador de la retrospectiva de Río–, como un piloto de tormentas, supo enfrentar la situación y por cierto la exposición tuvo una gran envergadura, con cincuenta y cinco obras, dos de las cuales eran muy complejas: las que integraron mi envío a Venecia.
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A pesar de las ausencias de obras de la primera década a la que ya me referí, se presentaron otras de entonces, como: Júpiter tonante, La idiota, ambas de 1960, Viva a Santa Federación, de la Serie Federal (1961), De la naturaleza y alcances del sacramento de la extremaunción (1962), A mis espaldas, Tres testimonios sobre la aparición de un pájaro y Escape afuera, todas ellas de 1963.
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Sobre el resto del panorama, sólo señalo la presencia de obras muy representativas de cada época repartidas en cinco de las seis salas que configuraban la exposición. El conjunto creo que confirmaba aquello que caracteriza mi trayectoria: estar siempre en el mismo tren, que siempre está cambiando de lugar. Pero como estoy ahora comparando mi evolución con la náutica por esto de cuaderno de bitácora, diría que siempre estoy en el mismo barco visitando distintos puertos y encarando diversas tempestades. La primera sala estaba ocupada por obras de los años sesenta, y la última estaba destinada al envío de Venecia, lo que le daba un carácter de final sinfónico.
Estoy muy agradecido con Alfredo Sirkis –a quien habíamos alojado en nuestra casa en Buenos Aires en 1973 cuando, debido a su militancia juvenil, debió exilarse del Brasil– por haber concebido la idea de la exposición y contactado para su realización con el presidente de la Fundación del MAM, Carlos Alberto Gouvea Chateaubriand. Un gran gesto de gratitud. También agradezco la buena voluntad de este último, la excelente curaduría de Franklin Pedroso, y el trabajo organizativo de Ana Borelli. Lamento mucho, sin embargo, que el libro-catálogo que me habían prometido, y que llevó mucho tiempo preparar, finalmente no se publicara por razones que ignoro. Lamento sobre todo que el largo y notable estudio sobre mi obra, que realizó Frederico Morais, haya quedado inédito. Esperando que este texto sea eventualmente publicado, no considero que corresponda aquí citar fragmentos del mismo.
Varios amigos viajaron desde Buenos Aires para asistir a la inauguración. Quien me recibió en la puerta de acceso a la muestra fue nada menos que Gilberto Gil quien, cuando era ministro de Cultura, dio el apoyo fundamental para que la muestra se concretase.