Castellano
Texto vinculado a la exposición Noé. Visiones / Revisiones, 2012
Me siento como un primitivo frente a un mundo que me excede, pero, en este caso, ´el exceso de objeto´ no es natural sino cultural; me siento como un imaginero de fetiches en medio de una cultura que se derrumba y otra que aún no se ha anunciado como tal; como un espejo que tiene enfrente el fantasma de un muerto y la latencia futura de un nonato. Y me siento así porque me siento artista de América Latina en la segunda mitad del siglo XX.” Esto lo escribí en 1975 para el prólogo de una exposición con la que retorné a la pintura después de nueve años de abstinencia. Esta frase en cierto modo ataba mi pasado con lo que me proponía para el futuro. Y aún creo en su vigencia, pese a que ya estamos en el siglo XXI. La palabra ‘caos’ no figura en ella pero está latente y creo que es el eje o el motor de toda mi producción, desde mi primera exposición en 1959 hasta hoy. [...] El concepto de caos se refiere a aquello inasible que cambia más allá de nuestra conciencia. Caos es, en este sentido, en sí mismo, el orden de lo vital en estado permanente de transformación. En el momento en que parece instalarse en el tiempo como orden comienza un nuevo cambio. [...] Si llamamos caos a todo aquello que se escapa de nuestros habituales parámetros, con los que conformamos una visión general del mundo que pretendemos inalterable (y, por eso, lo denominamos orden); o sea, todo aquello que sentimos como desafío a nuestro concepto de realidad; se comprende que con ese nombre se conocieran los genios maléficos que se alojaban en las cavernas del Cáucaso. Caos es el nombre de nuestros temores, de nuestros límites. Temer al caos es temer ser desbordados en nuestra cosmovisión. En una sociedad de orden cerrado, caos es lo que no se admite dentro de ella, lo que queda al margen. En una sociedad de orden abierto, dinámica y en permanente evolución, caos es una palabra anacrónica que sólo adquiere sentido en boca de aquellos que quieren imponer su particular visión del orden. Caos es el cuco, y todo aquel que osa hablar de aquello que se margina de esa concepción es un agente del caos; es el enemigo. El caos es una necesidad ontológica para quien quiere luchar contra él. Es el sentido de su vida. El enemigo del caos es quien más lo necesita. Si vivimos permanentemente en una estructura cambiante podemos decir que vivimos en el caos. Pero allí, en ese uso, la palabra es negativa para los defensores de un determinado orden y realista para aquellos que, a fin de cuentas, aceptan la palabra para involucrar todos los elementos contradictorios de una realidad. Estos, aun oponiéndose entre ellos, no dejan de formar parte de un mismo todo. Aquello que integra una totalidad mantiene una coherencia con los otros elementos aunque sean totalmente diferentes y diversos. La coherencia consiste justamente en ser miembros de un mismo todo. La unidad de lo divergente. Cuando decimos un caos, estamos diciendo uno y no dos; allí está el orden implícito. No hay que confundir unidad con unicidad. Un orden implícito es una armonía implícita que, como está fuera de nuestro concepto de tal, la creemos ausente. Caos es el orden que deviene, es el orden vital. El otro es el de las ideas y los preconceptos. Caos, esa vieja mala palabra, y el orden verdadero de las cosas son lo mismo. Por lo tanto el caos existe y no existe, en tanto transformación permanente no es posible fijarlo, es simplemente el nombre de nuestros temores al cambio. Como el cuco no existe, el caos tampoco. Pero existe en la física y en la historia en el sentido de esta frase de Niels Bohr: “Todo es posible a condición de que sea suficientemente absurdo