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Artista incansable, sus obras llegaron a los principales museos del mundo. Cada año inaugura una nueva muestra, y a sus 88 años prepara un libro donde plasma sus indagaciones sobre el “caos”.
El caos es la vida misma”, dirá una vez más Luis Felipe Noé, “Yuyo”, como prefiere que lo llamen. Está interesado en entender el caos como teoría desde los inicios de su carrera y, a sus 88 años, lo reconoce como una obsesión.
Nació el 26 de mayo de 1933, en una familia donde la literatura era el entorno, con una gran biblioteca y un padre que, entre otras actividades, era crítico literario. Sin embargo, al pequeño Yuyo le atraían las imágenes más que las palabras, y su pasión por el arte fue creciendo con él. “Siempre quise ser pintor, pero no sabía si podía aspirar a eso, porque antes no se sabía aproximar a los chicos a la pintura, como en la actualidad”, cuenta. Entonces, recuerda que su juego favorito de la infancia era mirar libros con cuadros y pintores. Fue un niño tímido y algo nervioso al que le gustaba jugar en soledad. “Soy de géminis, entonces no me siento solo. Es como estar permanentemente en diálogo con otra persona”, reconoce mientras conversa por teléfono con Convivimos.
Llegó tarde a su primera exposición individual, en 1959, en la cual se asumió pintor y conoció a los artistas Alberto Grecco, Rómulo Macció y Jorge de la Vega. Dos años más tarde, con Macció, de la Vega y Ernesto Deira formó el grupo Nueva Figuración, que marcaría la escena artística nacional.
La del 60 fue una década intensa para Noé. Sus cuadros tuvieron una gran repercusión y obtuvo becas en el exterior, pero el éxito lo incomodó. Se alejó por un tiempo de la pintura, y con sesiones de terapia se fue amigando con el pincel. Expuso otra vez un año antes de radicarse en Francia, tras el golpe de estado del 76. Regresó en 1987 y se instaló en su casa-taller en Buenos Aires, a la que define como su lugar en el mundo.
Todos los años trabaja sobre cuadros inéditos para concluir con una nueva muestra antes de que llegue diciembre. En 2020, inauguró Tiempo sin edad en la Galería Rubbers de la ciudad de Buenos Aires. “Me parece bueno porque me desafío a mí mismo. Soy un poco hijo del rigor”, reconoce quien colgó sus cuadros en museos de Nueva York, París, Ámsterdam, Río de Janeiro y Madrid, entre otras ciudades. También recibió premios a su trayectoria, como el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes, y representó al país en la Bienal de Venecia de 2009.
Siempre quiso ser pintor, pero la escritura también terminó siendo parte de su vida. Dice que prefiere los ensayos donde expresar sus pensamientos, como lo hizo con Antiestética, su primera publicación en 1965. Le siguieron cinco títulos que incluyen una novela dibujada. Actualmente está concentrado en la escritura de La asunción del caos, un libro complejo y profundo sobre su gran tema.
Habla del arte como una aventura y su vida lo parece. Estudió Abogacía, ejerció el periodismo, fue docente y tuvo un bar llamado “Bárbaro”.
¿Cómo se manifiesta el caos en su proceso creativo?
Es como una obsesión. No creo en la frase común “Hay que poner orden en el caos”, porque poner orden en el caos es venir con prejuicios de ideas anteriores de lo que es orden-desorden. Y yo no creo que el caos sea sinónimo de desorden, sino que es la vida misma, con todo lo que va cambiando y se va gestando. Entonces, eso es lo que me fascina, el eterno fluir de la vida. Si bien la pintura es un arte estático, para mí es un desafío, como quien saca una fotografía de algo instantáneo dentro de lo que bulle. Lo he manifestado en mi obra a lo largo del tiempo de maneras muy distintas, por ejemplo, las instalaciones, las cuales me llevaron a situaciones de desborde con la pintura. Para mí, el caos es un tema profundo de pensamiento.
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