Castellano
Texto vinculado a la exposición Luis Felipe Noé RED, 2009
Cualquiera puede suponer lógicamente que cuando se habla de una exposición bienal hay muchos meses de plazo para pensar y hacer las cosas. Cualquiera puede suponer que cuando se habla de ilustrar los tres tomos de Memoria del fuego para ser distribuidos en forma de fascículos durante ochenta semanas, ocurre lo mismo. Que sobra el tiempo. Nada más lejano. En mi experiencia personal como espectador de numerosas bienales y luego, como curador del envío argentino la 53º Bienal de Venecia para la que elegí convocar a Luis Felipe Noé, pude comprobar que se trata de un acontecimiento cuya preparación resulta tan intensa como vertiginosa, en el que el plazo se vuelve exiguo. Ilustrar las Memorias de todo un continente pensado por Galeano, fragmentando la lectura por los requerimientos de la salida semanal y de una diagramación estricta, remite a aquellas epopeyas solitarias y prácticamente artesanales del siglo XIX, con la presencia acechante de una rotativa y de un látigo. En ambas situaciones, la cuestión del tiempo es central y Luis Felipe Noé se enfrentó a las dos de manera simultánea. En el transcurso se sumó la realización –junto a León Ferrari, Adolfo Nigro y Miguel Rep– del mural que Página/12 presentó en la feria de ArteBA 08. Conociendo este panorama no es descabellado suponer que habrá emprendido otros trabajos no menores a lo largo de los casi dos años que transcurrieron entre el primer fascículo y el último. No se trata aquí de rendirse frente a una proeza, aunque la palabra no le queda mal, sino de presentar un trabajo que tiene al tiempo como materia y aliado. Y también destacar un hecho indiscutible: cuando se trata de hacer y pensar, Noé nunca dice que no. Es más fuerte que él. Siempre avanza.