Castellano
Este libro está escrito por un pintor y trata de su quehacer. No son problemas técnicos de los que aquí se habla. La ubicación del artista en el proceso creador es el objetivo de esta obra. Esta ubicación se hace desde tres puntos de vista. Desde la esencia misma del quehacer artístico y desde las relaciones del artista con su tiempo y con lo que lo rodea (aquí está involucrado el emplazamiento geográfico).
Dos son las ideas centrales del libro: El devenir permanente del quehacer artístico, que hace del artista un aprendiz de brujo en permanente búsqueda y que lo lleva a una continúa actitud de antiesteticismo. La asunción del caos como una realidad de hoy que lleva a indagar sobre la esencia misma de las estructuras sobre las que reposa la visión artística actual. En tal sentido, luego de indagar el proceso artístico contemporáneo y la coyuntura a la que se ha llegado, el autor propone un arte del caos y la ruptura del viejo concepto, aún vigente de la unidad de la obra.
Una pintura de visión quebrada que utilice el caos como estructura y un arte grupal del caos son las tesis de este libro. Tampoco elude el autor el escabroso tema de de la nacionalidad del arte y propone una tesis como respuesta a esta cuestión. Un arte del caos hoy y aquí.
En esta obra Luis Felipe Noé, que nació en Buenos Aires en 1933, vierte sus preocupaciones como pintor con un lenguaje ganado por su profesión anterior de periodista y su práctica de la crítica de arte. Como pintor su labor es conocida en nuestro país y el exterior, ocupando un lugar destacado en la plástica nacional. En 1963 obtuvo el premio nacional Di Tella. Además cabe señalar que el grupo que integra con los pintores Deira, Macció y de la Vega, y que se inició en 1961 con la exposición “Otra Figuración”, tuvo una importancia renovadora en la pintura argentina.
(Texto de solapa de la primera edición)
Prólogo
[...] Este es un libro sobre la pintura como quehacer artístico, en términos generales, y, en términos particulares, de lugar y tiempo y, por lo tanto, sobre sus proyecciones hacia el futuro. Por esto, en cierto modo, es una introducción a la pintura, pero no desde el punto de vista de la contemplación. Por eso mismo, tal vez, sirva a la contemplación. Le da una nueva perspectiva, una nueva dimensión que la contemplación, por sí misma, desconoce como desconoce todo aquello que se oculta detrás de la voluntad creadora y que canaliza a esta en diferentes manifestaciones.
No se crea que esto es la aplicación de una teoría previa al arte. No lo es por la simple razón de que la voluntad creadora no es una voluntad firme y clara sino que se manifiesta, ante todo, en una forma del conocimiento, en una búsqueda. Esta búsqueda se hace a todo nivel, conscientemente o no, en la vida. No es antes ni después de la obra. Es durante una creación permanente. Por esto no puedo evitar el pensar. Este pensar no me ubica en fórmulas, sino, apenas, en un camino dentro de la pintura.
Pero, como bien ha dicho Sartre, toda obra en arte es un hecho social e individual al mismo tiempo. En cierto modo, la pintura es una creación colectiva. Por esto, no me basta con comunicar mi obra. Quiero comunicar mi voluntad de búsqueda, que rebasa mis posibilidades individuales de manifestación. Este libro está orientado hacia el quehacer colectivo.
Su punto de partida es el elemento previo a toda obra: el sujeto que la hace, ese a quien se llama artista. Por esto, ante todo señalo generalidades sobre el quehacer artístico.
La obra aquí se plantea no como una idea abstracta, la “obra de arte”, ni como el objeto de la voluntad del artista, sino como una huella en el caminar, como un epifenómeno de la creación. La voluntad del artista está dirigida a búsquedas que sobrepasan la obra. Esta simplemente la testimonia, ya que ella se plantea dentro del terreno de la imagen.
Como lo importante es el devenir de la creación, respecto del cual el artista es sólo un instrumento de su historia, más adelante ubico el quehacer artístico en este tiempo y en sus exigencias. Estas, insensiblemente, me llevan a trazar una ubicación geográfica del artista (ya que él no sólo vive en un tiempo sino, también, en un lugar) y, en consecuencia, a proponer una respuesta a un problema tabú, el de la nacionalidad del arte. Asimismo, me conduce de lleno a encarar otro tabú del arte, la unidad. Una pintura de visión quebrada, un posible hacer colectivo y la posibilidad, por ende, de un nuevo arte orgánico, son sus consecuencias.
[...] El problema de la ruptura de la unidad lo considero desde tres ángulos. En la esencia misma del quehacer artístico, en el proceso de la pintura contemporánea y como quehacer presente y futuro.
Si la belleza era el antiguo altar de la estética, encontramos hoy erigida en su lugar a lo que antes se consideraba la esencia de la belleza, la unidad de la obra. Por conciencia de quehacer, y no por afán iconoclasta, es contra esta divinidad del arte que va dirigido este libro, porque su objetivo último es el caos como nuevo fundamento estructural.